Para las personas con misofonía, el sonido de la masticación, el golpeteo o el olfateo no sólo es molesto, sino insoportable. La comunidad científica está desvelando el misterio que se esconde tras esta enfermedad poco conocida y cómo tratarla.
Para quienes padecen misofonía, sonidos cotidianos como sorber o masticar pueden desencadenar una respuesta de lucha o huida. La comunidad científica trabaja para entender por qué.
A todo el mundo le molestan a veces ciertos ruidos. Quizás puede que te estremezcas al escuchar el chirrido de un micrófono o que te entren ganas de gritarle al obrero de la construcción que está taladrando con un taladro neumático frente a tu ventana. Pero para algunas personas, los sonidos más silenciosos son los más atroces.
Para las personas con misofonía, los sonidos cotidianos como sorber, golpear u olfatear no sólo son molestos, sino que desencadenan una intensa respuesta de lucha o huida. Esta afección, cuyo nombre significa “odio al sonido” en griego, afecta al sistema nervioso y hace que incluso los ruidos más leves resulten insoportables. La comunidad científica calcula que entre el 5 y el 20 por ciento de los adultos experimentan esta sensibilidad extrema, aunque la misofonía sigue siendo poco conocida.
“Cuando era más joven, el sonido que me hacía sentir más rara era ese ruido repetitivo que hacen las palomas”, explica Jane Gregory, psicóloga de la Universidad de Oxford y autora del libro Sounds Like Misophonia [Suena a misofonía].
“Vivían junto a la ventana del dormitorio donde estudiaba y me impedían concentrarme. El chasquido de los bolígrafos también me afectaba mucho en el colegio, como esos bolígrafos de cuatro colores que la gente chasqueaba cada dos segundos. Me volvía loca”.
Aunque la Asociación Americana de Psicología no la reconoce formalmente, la misofonía es cada vez más reconocida por los profesionales de la salud. En octubre de 2024, el Fondo de Investigación de la Misofonía anunció 2,5 millones de dólares de financiación para proyectos. “La misofonía es un trastorno que durante mucho tiempo ha sido incomprendido y poco investigado, dejando a muchas personas afectadas sin respuestas o apoyo adecuados”, dice la directora ejecutiva del fondo, Lauren Harte-Hargrove.
He aquí lo que están haciendo los científicos para entender por qué determinados sonidos desencadenan reacciones tan extremas, y qué se puede hacer para ayudar.
¿Qué causa la misofonía?
La comunidad científica aún está desentrañando las causas de la misofonía, pero una teoría sugiere que evolucionó a partir del instinto del cerebro para detectar amenazas ocultas. Por ejemplo, en la época de los cazadores-recolectores, aguzar el oído al menor indicio de peligro podía salvarte la vida, afirma la psicóloga e investigadora Jennifer Brout, fundadora de la Red de Investigación de la Misofonía (que ahora forma parte de la organización soQuiet).
“Si oyes masticar algo que otras personas no oyen, puede significar que alguien se ha llevado tu comida o que hay depredadores masticando cerca que podrían venir a por ti”, explica.
Y “desde el punto de vista de la psicología evolutiva, toser, estornudar, moquear y carraspear [podrían indicar la presencia de] patógenos”, añade Brouts.
Pero hoy en día, ese mismo cableado neurológico puede hacer que los ruidos inofensivos resulten insoportables. “Es como si el cerebro malinterpretara esos sonidos como tóxicos o nocivos y, por tanto, mantuviera la atención en ellos. No puedes relegarlos a un segundo plano como harían otras personas”, explica.
Más allá de sus raíces evolutivas, la misofonía parece tener una compleja relación con otras afecciones. Una revisión bibliográfica de 2022 descubrió que la misofonía coexiste con una amplia variedad de trastornos, como la depresión, la ansiedad, el autismo, el TDAH y el TOC. Sin embargo, los científicos aún no han podido determinar si la misofonía es un síntoma, un trastorno independiente o algo intermedio.
Algunos casos también surgen tras un acontecimiento traumático, lo que plantea interrogantes sobre si los factores ambientales pueden desencadenar la misofonía. Por otra parte, la evidencia de que la enfermedad es hereditaria sugiere un posible componente genético, aunque no se han identificado genes específicos.
¿Cómo se diagnostica y trata la misofonía?
No existe una prueba estandarizada para detectar la misofonía, pero los médicos utilizan herramientas de cribado para evaluar su gravedad. Una de las más comunes es el cuestionario de misofonía de Duke (DMQ), que ayuda a determinar si la sensibilidad sonora de una persona es lo bastante grave como para interferir en su vida diaria, afectando al trabajo, los estudios, la autoestima o las relaciones.
“La mayoría de las personas dicen haber tenido su primer recuerdo de misofonía entre los 8 y los 12 años”, dice Brout, razón por la cual se desarrolló la Escala de Misofonía de Ámsterdam para evaluar a los niños.
A pesar de su creciente reconocimiento, la misofonía sigue ausente del DSM-5, el principal manual de diagnóstico de enfermedades psiquiátricas. Los investigadores esperan que se incluya algún día, pero su objetivo más inmediato es conseguir un código CIE (Clasificación Internacional de Enfermedades) que permita su reembolso por la sanidad privada.
“Es muy importante, porque así la misofonía estará más reconocida”, afirma Harte-Hargrove. “[La gente] podrá acudir a un médico y su proveedor de atención sanitaria se lo cubrirá”.
Dado que no existe cura conocida para la misofonía, el tratamiento se centra en controlar los síntomas. Muchos pacientes recurren a auriculares con cancelación de ruido o ruido blanco para bloquear los desencadenantes, pero los enfoques psicológicos también pueden ayudar.
La intervención psicológica más habitual es la terapia cognitivo-conductual (TCC), una terapia hablada que entrena al cerebro para replantear su respuesta a los sonidos desencadenantes.
“Se trata de tomar el control de los sonidos e interactuar con ellos de distintas formas para ayudar al cerebro a actualizar su aprendizaje y descubrir que esos sonidos son molestos pero no dañinos”, explica Gregory.
A diferencia de la terapia de exposición, que obliga a enfrentarse a los miedos, la TCC para la misofonía se adapta a lo que el paciente puede tolerar. “También se utiliza para reducir la autoinculpación, sobre todo en personas que piensan: ‘En el fondo soy una persona enfadada y no debería sentirme así’ o ‘La gente lo hace deliberadamente, así que es imposible que yo le importe a la persona que emite ese sonido’. Se trata de actualizar esas narrativas”, añade.
Los estudios realizados en los Países Bajos y Estados Unidos indican que la TCC puede reducir significativamente los síntomas en un tercio o la mitad de los pacientes. Mientras tanto, los científicos exploran nuevas posibilidades de tratamiento, como las técnicas de estimulación cerebral utilizadas para otros trastornos neurológicos.
“Tenemos la esperanza de que pronto dispondremos de mejores y más opciones de tratamiento para las personas con misofonía”, afirma Harte-Hargrove.