viernes, octubre 6

La amistad cuando uno cambia de estilo de vida. Crecemos y cambiamos. ¿Puede sobrevivir la amistad?

Un día sucede. Pasa que un amiga te propone un viaje a Marbella y piensas “qué pereza, si siempre nos ha gustado el Norte”. Pasa que los restaurantes que se eligen para las cenas de repente son demasiado cutres, o demasiado caros, o demasiado horteras. Pasa que son las siete de la tarde de un viernes, el fin de semana está por delante y el sol calienta la mesa en una terraza cualquiera. Debería ser el momento de amistad perfecto, pero entonces pasa que un comentario, no sé, racista, homófobo, machista, simplemente raro te descoloca porque antes los viernes por la tarde no se decían ese tipo de cosas y no puedes evitar preguntarte: ¿por qué me siento tan distinta de quien antes me sentía igual?

Para entender por qué una amistad llega a ese punto es útil empezar por el principio, por lo que lleva a dos personas a hacerse amigas. Según Janice McCabe, profesora de Sociología en la Universidad de Darmouth y especializada en el estudio de las redes de amistad, los factores más determinantes son la similitud –«la superficial, y también la de intereses y valores» y la cercanía. «Encontrarse con alguien regularmente es clave. Por eso somos amigos de la persona del apartamento de al lado, o del compañero de cubículo. Estos encuentros regulares nos hacen darnos cuenta de que tenemos cosas en común de las que no nos daríamos cuenta de otro modo”. El antropólogo y psicólogo Robin Dunbar llega a la misma conclusión en su libro sobre la amistad, en el que explica que crecer cerca, tener un humor parecido, una trayectoria educativa similar, creencias políticas y religiosas o hobbies e intereses concordantes son pilares para que una amistad se forme y dure.

Todo bien, hasta que un día sucede. Pasa que cambias, que todos cambiamos. Que crecemos física y mentalmente. Que conocemos a otras personas, otros lugares, otras formas de ver la vida. Que transitamos etapas, cada uno a su ritmo. «Cambiamos y nuevas personas entran en nuestra vida; otras salen. A veces, nuestra identidad cambia porque hacemos nuevos amigos. Otras, buscamos amigos nuevos porque nuestra identidad ha cambiado previamente», explica McCabe, que ha estudiado el vínculo entre la amistad y la identidad, es decir, cómo nos definimos a través de nuestros amigos.

Esto entra dentro de lo ‘normal’. La frecuencia y la intensidad varían en una amistad a lo largo de los años. Pero, ¿hay un punto en que las diferencias se hacen irreconciliables? A B. le sucede con una amiga. Cuenta que le gustaría decirle: «Desde hace un tiempo, siempre que nos vemos, después de despedirnos me siento mal, como vendido. Eso de ti que antes me gustaba ahora me irrita. Quizá te hayas vendido un poco a todo eso a lo que antes te oponías». L. también opina que hay situaciones en las que es mejor separar caminos. «Se trata de entender que las personas evolucionamos y que es lícito, no pasa nada por seguir cada uno su curso. Es mejor entender y aceptar esto que desgastar una relación por intentar rescatar lo inevitable», explica. McCabe, que ahora investiga cómo se forman y mantienen las amistades, nos aporta otra perspectiva: «Creo que es más importante ser consciente de los posibles aspectos negativos de una amistad, de si los intereses de nuestros amigos son malos para nosotros, o la amistad es tóxica, o nos hace sentir mal de alguna manera… que si compartimos los mismos intereses».

L. M. lo ve de otra manera: «Los amigos no pueden ser todo lo que quieres que sean; tienes que quererlos por lo que sí te gusta e ignorar un poco lo que no. No es todo o nada. Son para algunas cosas sí, y otras no. Menos los mejores amigos, pero de esos tienes uno o dos, si tienes mucha suerte». La escritora Leti Sala hacía una reflexión parecida en una entrega de su newsletter en la que compara a los amigos con especias. Están las que usas todos los días –ajo, perejil, sal–, las que usas un montón por etapas y luego te cansas, y las que usas solo de vez en cuando, pero te encantan. Ella decía que hay que tener claro quién es quién y priorizar en función de ello. Un argumento al que se suma la psicóloga Arancha García, que enfatiza la importancia de los nuevos y los viejos amigos por lo variado que aportan a tu vida: «Un amigo de toda la vida es como de la familia. Conoce todas tus facetas y, normalmente, va acompañado de un cariño más consolidado. Los amigos nuevos, por otro lado, nos ayudan a crecer, a conocer nuevas formas de vida, nuevos hobbies, nuevas partes de nosotros que no conocíamos. Pueden estar pasando por la misma etapa –un divorcio, por la maternidad, la pérdida de un ser querido, un trabajo nuevo– y ayudarnos a transitarla, explica.