miércoles, noviembre 22

Joven vivió en situación de calle en Argentina durante un mes, pero siguió estudiando para ser médico

De la noche a la mañana, Maximiliano Jara y su familia se quedaron sin hogar en Buenos Aires. A pesar de la adversidad, el joven continuó asistiendo a la universidad.

Maximiliano Jara, de 22 años, quedó en situación de calle junto a su familia en Buenos Aires, Argentina, sin embargo, nunca abandonó el sueño de convertirse en médico y, a pesar de las adversidades, siguió asistiendo a estudiar a la facultad.

La primera noche que durmió en la calle, el joven estaba preocupado porque Gabriela, su mamá, y William, hermano de 10 años, no les pasara nada. Además, esperaba levantarse temprano para llevar a su hermano a la escuela y que él pudiera llegar a la sede de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, donde estudia medicina.

“Esa noche fue la peor del mes que pasamos en la calle. Hacía frío y no dormí por el miedo que tenía de que nos hicieran algo o que mi hermano, sin razón alguna, se muriera mientras dormía. Al otro día me levanté, lo llevé a la escuela mientras mi mamá salía a pedir ayuda en la calle y me fui a estudiar”, relató Maximiliano a La Nación.
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En marzo, el joven y su familia pasaron de dormir en el cuarto de una pensión a tener que refugiarse en lugares públicos, pues el hijo de la dueña del lugar intentó abusar de Gabriela.

Durante los 30 días la mujer estuvo buscando trabajo, Maximiliano no pensó en dejar de estudiar y siguió yendo a la escuela, pues espera convertirse en médico.

“Lo más difícil fue abandonar un lugar donde pasábamos la noche tranquilos. Ahora solo espero tener mi título y conseguir un trabajo para vivir en paz”.
La familia sorteó varias situaciones complicadas, desde estudiar en plazas y comer en comedores comunitarios, hasta ir a baños públicos para realizar el aseo personal.

El estudiante no contó lo que vivía a sus compañeros de la facultad.

“Me cuesta mucho socializar y no tenía muchos amigos. (…) Tampoco me gusta meter a los demás en mis problemas. Me da vergüenza contar lo que nos pasó”.
“No es fácil expresar lo que uno siente, pero ahora que estamos mejor y que lo peor ya pasó, en algún momento me gustaría contarles a mis compañeros”, detalló al medio argentino.
Durante el mes en que su mamá conseguía trabajo, Maximiliano se encargó de llevar a William a la escuela y después asistía a la universidad. El joven aprovechaba los trayectos en autobús para estudiar biofísica o biología.

La familia no pensó en solicitar ayuda de asociaciones o acercarse a alguna iglesia. Gabriela no tenía un trabajo estable y no quería que su hijo mayor trabajara. Conseguir otro sitio para vivir, donde posiblemente pagarían más dinero, tampoco fue una opción.

A unas cuadras del lugar en el que vivían se encontraba el Parque Santojanni, donde decidieron pasar las noches y los días en tanto la situación mejoraba.

Lo único que tenían para dormir eran unas cuantas frazadas que Gabriela había rescatado antes de abandonar su domicilio.

“Sabíamos que no podíamos seguir en la calle pero no sabíamos a dónde ir y un chico de una parroquia se nos acercó y nos sugirió que llamáramos al 108 del Gobierno porteño”, señaló Gabriela a La Nación.
Con un teléfono que les prestó un guardia de seguridad del hospital, llamaron y consiguieron quedarse en un Centro de Inclusión Social. Ahí estuvieron ocho meses.

“La primera semana en el parador estábamos exhaustos y ni siquiera queríamos comer, lo único que hacíamos era dormir todo el día”, detalló la mujer.
Gabriela, de 43 años, se fue a vivir a Buenos Aires hace 16 años en búsqueda de oportunidades laborales, tuvo diversos trabajos, pero ninguno fue formal y no logró tener estabilidad económica.

Tras su estancia en el centro, la fundación Cultura de Trabajo les ofreció ayuda y ahora Gabriela trabaja en un restaurante. Poco después, consiguieron quedarse en la habitación de un hotel en el barrio de Balvanera, que logra pagar gracias a su empleo y el apoyo que recibe por parte del gobierno local.

Maximiliano recuerda que, durante su estancia en el parque, nunca dejó de pensar en el sueño de convertirse en médico y “tener un trabajo en blanco asegurado”.

Gabriela contó que nunca le pidió a su hijo que trabajara porque él quería estudiar y, al conseguir terminar una carrera, no tendrá que vivir lo mismo que ella tiene que atravesar ahora.

Tras pasar los momentos más críticos, Maximiliano se siente mucho más tranquilo, pues llega al hotel y tiene una cama.

“Por suerte ahora es más fácil estudiar y espero en unos años poder recibirme y empezar a trabajar”.
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